Salvador Raga mirando su campo de arroz en Sollana, atrapado por los recuerdos de su niñez, y envuelto por la magia del lago.

Con la Autorización del Editorial Vinatea, pasamos a transcribir “LAS MEMORIAS DE LA ALBUFERA DE VALENCIA”  una joya testimonial de los habitantes del lago. Muchos ya no están, pero su memoria si.  Como es el caso de Salavador Raga: “Llapisera” que nos acaba de dejar recientemente. 
A continuación redactamos parte del contenido de dicho libro, en la que todos los habitantes han convivido de una manera u otra con la Vela Latina .

Salva Raga “Llapisera” fue, desde el primer momento, la persona que se sumó a este proyecto con más ilusión.Su aportación y su testimonio, como comerciante de Catarroja, ha sido muy importante, pero más lo ha sido su avuda a la hora de contactar con otras personas en su mismo pueblo.

Fue el primero que me habló de la costumbre que tenían de niños cuando jugaban a fer arca, que era ir a pelearse con los niños de los pueblos vecinos tirándose piedras. Luego han sido muchas las personas que me han hablado de esa costumbre que parece que era muy común en todos los pueblos de la Albufera.

Es un claro exponente de la gente que siempre ha vivido vinculada al lago, al cultivo del arroz y al comercio en un pueblo tan unido a la Albufera como Catarroja.  Recordaba, con cariño, la forma en la que su padre le educó, enseñándole realizar todo tipo de tareas que luego más tarde tendría que desempeñar o pedite a alguien que lo hiciera.

 Salva Raga recuerda, de la época de su niñez el espectáculo que era ver salir por la cale principal del pueblo que aun no estaba asfaltada y solo era un camino de tierra, los carros tirados por animales que llevaban el arroz al puerto de Valencia.
También recuerda que con diez años, en la década de los años cuarens del siglo XX , que se bañaban en verano en la sequia del port, al principio de la Albufera de Catarroja, ya que alli el agua era abundante y muy limpia.

Otra de las costumbres que ya se han perdido y que antes era muy común es que en todas las casas había una zona en la que se hacia la vida normal, una en la que se tenían los animales, que antes formaban parte de la vida de la familia y otra, en la parte superior en la que se almacenaba el arroz. Esta parte de la casa tiene en valenciano varios nombres, alguno muy comun como l’andana y otro más raro como l’astrapol. Entre los animales que convivían con la familia en casa había siempre gatos y algún perro que mantenian a las ratas alejadas del arroz almacenado

Como otras personas mayores me contó con añoranza que dejaban la clau al pany, la llave en la cerradura o las puertas abiertas y nadie temía por la seguridad de su casa o de lo que pudiera pasar.

Es duro también darse cuenta de que las diferencias sociales entre los niños se podían ver en lo que tomaban para merendar ya que Salva Raga recuerda que él llevaba merienda en pan de trigo y del resto de los niños de su pandilla con los que jugaba, el que llevaba merienda, era de pan de maíz. Posiblemente hoy, esos cambios las podemos ver en la ropa de marca, en el último modelo del teléfono o en el tipo de zapatillas, pero antiguamente las diferencias sociales se podían ver en algo tan sencillo como la merienda y en la forma en la que estaba hecha esta

Estas desigualdades no solo se veían en esas pequeñas cosas sino que también se podían constatar en los deportes ya que se enfrentaban en un partido de fútbol los niños del raval, de la parte central del pueblo, contra el equipo de los ninos de las barracas que era la parte del puerto donde vivían los pescadores y lo hacían en un campo que había en las afueras del pueblo que se llamaba la Era de Martino. La mayor parte de la gente del pueblo piensa que la gente que habitaba en las barracas, los pescadores que tenían sus casas en la zona más próxima al puerto, debieron ser los primeros pobladores de Catarroja y que es allí donde nació el pueblo

De la misma forma que me pasó con lo que me contaron otras personas de la zona, me llamó la atención lo popular que era jugar a “fer arca” entre varios pueblos y no era otra cosa que jugar a tirarse piedras entre las cuadrillas de un pueblo y de otro, en este caso, entre los pueblos de Catarroja y Massanassa.

 Lo hacían en un campo de batalla muy especial que era el barranco que separa ambos municipios y, al ser tan amplio, la pedradas no solían alcanzar el otro lado donde se refugiaban los enemigos de la cruenta batalla. En el caso de “Llapisera”, lo que no sucedió en otras entrevistas, me dijo que lo llamaban así porque lo habían visto en el cine.
El concepto de la educación, o lo que se llama ahora en los colegios, la asignatura de Valores, era muy diferente en aquel entonces. Personas como Salvador Raga consideran que esa educación era más vulgar pero mucho más sincera porque te salía del corazón, te salía lo que no estaba estudiado y lo que no estaba programado.

Salían del pueblo e iban al terme, que era como denominaban a la zona de marjal, para trabajar en el campo por la mañana y solo paraban para almorzar a la fresca en la sombra de algún árbol o en la orilla de alguna acequia y para refrescarse metían los pies en el agua. Esto suponía un riesgo grande de que al sacarlos se dieran cuenta de que llevabas alguna sanguijuela o alguna cutibanya o cotimanya agarrada en la pierna que te dejaban un intenso dolor hasta que te soltaban la mordedura.

Tenían en el campo la costumbre de parar a comer, de dormir una pequeña siesta y, a media tarde, reengancharse a la faena hasta última hora. Debían ser largas jornadas de trabajo en el campo. Tuvo que ser un trabajo duro y pesado que debió marcar, de una forma importante, el carácter y la idiosincrasia de todas las personas que lo realizaban.

Como para otras muchas personas de su edad, la época de la postguerra fue difícil. Cada uno la recuerda en función de cómo le afectaba y a un comerciante como “Llapisera” o a su familia le perjudicaba por las noches, cuando la cosecha de patatas estaba para recoger, que les quitaran lo que estaba plantado en algunos surcos, lo que suponía una parte de la producción. De la misma forma, no había en aquellos años molineros de arroz y compraban el arroz rojo, o con la cáscara, y por las noches lo hacían blanco, que era el que estaba preparadopara poder consumirse

La venta ambulante de pescado era una de esas costumbres que todas las personas mayores recuerdan de sus años de juventud. Salían, solo en Catarroja, quince o veinte mujeres a vender por las calles y, cuando no conseguían vender el pescado con el que habían salido esa manana, se marchaban a los pueblos vecinos a intentar venderlo.Parece que era una costumbre entre ellas que ninguna vendedora volviera a casa con pescado sin vender aunque tuviera que regalar alfinal de la mañana alguna parte del sobrante.
La Albufera de Valencia, su forma de vida y las costumbres que en ella se han desarrollado, han dejado una profunda huella en muchas de las personas que han vivido allí hasta tener un sentimiento, como tiene Salvador Raga, de que ha nacido al lado del lago y que ella podría ser una hermana querida, respetada por su importancia y tenida en cuenta por su particularidad, de cara a obtener de todos nosotros el respeto y la consideración que de verdad se merece.